¿Compra China tierras en Sudamérica? No, mejor comprar empresas

por | Sep 25, 2019 | América Latina y China, Economía china, Lo último

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Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina” (puedes comprarlo en Amazon España o Amazon Estados Unidos). En el libro se habla en mucha más profundidad del comercio de la soja y las relaciones entre Argentina y China.


La seguridad alimentaria de China

El debate en torno a la soja argentina, su industrialización y la sojización de los campos sudamericanos lleva ineludiblemente a uno de los temas que más preocupa al gigante asiático: su seguridad alimentaria (liangshi anquan).

Durante los siete años que viví en Pekín, pude contemplar en primera persona los enormes retos a los que se enfrenta el país: con el 8% de las tierras cultivables del mundo y el 6% de las reservas de agua, China tiene que alimentar al 20% de la población mundial. Cuando he entrevistado a especialistas chinos sobre este tema, muchos de ellos todavía recuerdan la traumática hambruna del Gran Salto Adelante (1958-1961), que provocó entre 18 y 32 millones de muertes. En las escuelas, a los niños chinos se les enseña desde muy pequeños la difícil ecuación a la que se enfrenta su país con unos pocos caracteres: renduo dishao (“mucha gente, poca tierra”).

La preocupación por la seguridad alimentaria del país tiene varios siglos de historia, pero se ha intensificado durante las últimas décadas de desarrollo económico. Si en 1981 los chinos consumían de media 2.178 calorías al día, en 2011 ya habían alcanzado las 3.074 calorías. El incremento ha sido todavía mayor en los alimentos de procedencia animal (carnes, huevos, leche y pescados), que en el mismo período se multiplicaron casi por cuatro. Sólo entre 2003 y 2015, el chino medio pasó de comer 46 kilos de carne al año a consumir 60 kilos.

Que los 1.350 millones de chinos puedan comer más y mejor es una noticia fantástica, pero que trae consigo nuevos retos para el planeta. Muchos de ellos fueron resumidos ya en 1995 por el investigador y ecologista Lester R. Brown, quien en su libro “¿Quién alimentará a China?” llegaba a la conclusión de que era sencillamente imposible que el planeta pudiera producir tantos alimentos. En su opinión, el tamaño de la población china, el incremento en la demanda de carne, el desarrollo industrial del país, la urbanización y la escasez de terrenos cultivables hacían inviable que el gigante asiático pudiera alimentar a su población. Sus conclusiones eran contundentes:

“Ningún país exportador, ni siquiera todos ellos juntos, pueden expandir suficientemente sus exportaciones para cubrir esa gigantesca demanda adicional en el excedente mundial de cereales exportables”

El cultivo de alimentos en China

Los políticos chinos leyeron con alarma la obra de Lester R. Brown y no dudaron en actuar para evitar la catástrofe anunciada. Durante los años 90, el Partido Comunista tomó una serie de medidas para aumentar la producción nacional de alimentos, en especial de los granos más importantes (trigo, arroz y maíz).

El gobierno no dudó en utilizar todas las herramientas a su alcance: subvenciones a los agricultores, desgravaciones fiscales, precios fijados por encima del valor del mercado, obstáculos a la importación de alimentos, incentivos a las economías de escala y límites a la transformación de tierras fértiles para su uso industrial o urbanístico. Pekín también realizó mayores inversiones y mejoras técnicas en el campo, incluyendo la aplicación de más fertilizantes, mejores sistemas de irrigación y mayor mecanización.

Veinte años después de la publicación de su libro, afortunadamente las teorías catastrofistas de Lester R. Brown no se han cumplido. En gran medida la actuación del gobierno ha funcionado: en 2015, la producción de granos de China llegó a las 620 millones de toneladas (un crecimiento del 44% desde 2003), alcanzado su máximo histórico y asegurándose un 95% de abastecimiento nacional en trigo, arroz y maíz.

Una de las cosas más sorprendentes que he descubierto durante la elaboración de este libro es que el verdadero granero del mundo no está ni en Brasil ni en Argentina, sino en China. El gigante asiático es el mayor productor de granos del mundo y de muchos otros alimentos como la carne de cerdo, el pollo, las patatas, los huevos, las sandías, los pepinos, los tomates, las berenjenas, las espinacas, las uvas, las manzanas o las lechugas.

A pesar de estas buenas noticias, la realidad es tozuda: no es suficiente y nunca lo será. Las dimensiones de la población china (recordemos, 1.350 millones de personas, el 20% de la humanidad) han provocado que las importaciones de alimentos (leche en polvo, aceite de palma, colza, sorgo, cebada, harinas de pescado, carnes, plátanos, kiwis, uvas, melones, manzanas, aguacates…) se hayan disparado en los últimos años.

En los abarrotados restaurantes de Pekín, Shanghai o Guangzhou es fácil percibir el creciente apetito de las clases medias chinas. Algunas previsiones apuntan a que en los próximos veinte años el consumo de carne podría llegar a 74 kilos por persona; si a esto se une que para 2050 seremos unos 9.000 millones de personas en el planeta, los más alimentos se volverán cada vez más valiosos (y más caros).

China y su dependencia de la soja de Sudamérica

La soja ofrece tal vez el mejor ejemplo de la creciente dependencia externa de China. En 2015, el gigante asiático consumió 85 millones de toneladas de soja, pero tan sólo 11,8 (menos del 14%) fueron de producción nacional. Las importaciones de soja son tan importantes que suponen el 30% del total de las importaciones chinas de productos agrícolas.

Como explica el economista rosarino Diego Marcos, la “externalización” de esta leguminosa es una decisión lógica a la vista de los escasos recursos naturales del gigante asiático. “La soja es un producto ideal para no ser producido domésticamente. Porque consume mucha agua, y China es un país que en términos de agua está a una cuarta parte del promedio mundial; y porque la soja importada no se la comen directamente, la usan para alimentar a los cerdos”.

En este contexto de superpoblación, creciente demanda de alimentos, importancia de la soja y poca tierra y agua, Pekín a puesto sus ojos en Brasil y Argentina. Al fin y al cabo, los dos países sudamericanos están entre los tres mayores productores y exportadores de soja. Viajando por las extensas llanuras de estos dos países, no es difícil encontrar la situación inversa a la que vive China: si al gigante asiático le “sobran” personas, a Brasil y Argentina le sobran alimentos.

Alejandro Calderón, en sus tierras de Pergamino. Como otros agricultores, también esté argentino se ha apuntado a la fiebre de la soja. [FOTO: Daniel Méndez]

¿China compra tierras en Argentina y Sudamérica?

Con toda esta visión de preocupaciones y necesidades en el espejo retrovisor, China optó en un primero momento por una estrategia sencilla y directa: comprar tierras en Sudamérica. La idea era que, ante la escasez de terrenos fértiles en sus fronteras, las empresas del gigante asiático podrían adquirir tierras en Brasil y Argentina, cultivar allí los alimentos y enviarlos a continuación a Asia. No sólo sería un buen negocio, sino que además Pekín podría afianzar su seguridad energética y asegurarse el suministro de alimentos a largo plazo.

Durante la primera década del siglo XXI, las autoridades chinas comenzaron entonces a llamar a las puertas de las embajadas y cancillerías latinoamericanas. “Ha habido interés por comprar tierras en Brasil”, confirma la diplomática brasileña Tatiana Rosito. “Hay que entender un poco la mentalidad china. Uno va al otro lado del mundo y lo que quiere es fuentes fiables de abastecimiento de alimentos. ¿Y que es lo más fiable? Activos reales: la tierra. Es una idea racional”.

El argumento es tan lógico a simple vista que ha sido recogido por numerosos medios de comunicación. Ya en 2008, el diario argentino La Nación explicaba en uno de sus titulares que “China pone el ojo en las tierras de otros países”; tres años más tarde, Clarín hablaba de una “fiebre por la tierra” y explicaba las ambiciones chinas en Sudamérica con un titular impactante: “Recursos en juego: Extranjeros toman el control de tierras claves para la producción de alimentos”. Si “la estrategia de salir fuera” había funcionado en sectores como petróleo y minerales, ahora le tocaba el turno a las fértiles tierras sudamericanas.

Muy interesado en este tema, en cuanto llegué a Rosario comencé a preguntar por esta cuestión a mis interlocutores. ¿Cuántas tierras había comprado China en los últimos años? ¿Cuántas empresas chinas estaban produciendo soja en provincias como Córdoba, Santa Fé o Buenos Aires?

Para mi sorpresa, los responsables de la Bolsa de Comercio de Rosario no desgranaron ante mí una larga lista de adquisiciones, sino que refutaron el argumento. “Conocemos muy pero que muy pocas operaciones de este tipo. Los pocos intentos de compra de tierras que ha habido, no sólo de China, sino de cualquier otro inversor extranjero, son muy pequeños”, me explicó Marcelo García, el tesorero de Asociación de la Cadena de la Soja Argentina (ACSoja).

China no compra tierras en Sudamérica

Ante mi asombro, en América Latina las investigaciones más detalladas sobre la anunciada compra de tierras por parte de China coinciden en el mismo diagnóstico. En junio de 2015, los investigadores Margaret Myers y Gou Jie publicaron un informe (pdf) en el que de las supuestas 800.000 hectáreas adquiridas por el gigante asiático (según había informado la prensa) tan sólo se habían concretado 70.000 (el 8,75%). Sus conclusiones son tan contundentes como las que escuché entre los especialistas de Rosario: “Al contrario de lo publicado en muchos reportajes, hemos encontrado que la compra de tierras por parte de China […] en América Latina es un fenómeno sumamente extraño”.

Todos los estudios serios llegan a la misma conclusión. En Brasil, después de un detallado proceso de verificación, el investigador Gustavo de L. T. Oliveira tan sólo pudo confirmar “un puñado de casos” exitosos, mientras afirma una y otra vez que “las inversiones chinas son minúsculas en comparación con las procedentes de los inversores tradicionales”.

La base de datos de Landmatrix, que se encarga de recoger y clasificar las compras de tierras en todo el mundo, identifica 232 adquisiciones en América del Sur, de las cuales tan sólo 16 (el 6,8%) proceden del gigante asiático (incluyendo a Hong-Kong, utilizado como paraíso fiscal por muchas empresas extranjeras.

¿Por qué China no compra tierras en Argentina y Sudamérica?

¿Cómo era esto posible? ¿Cómo podía haber tanta diferencia entre lo anunciado y la realidad? ¿En qué habían acabado los ambiciosos planes chinos por comprar tierras?

Tatiana Rosito, quien desde la embajada de Brasil en Pekín habló con las mayores empresas chinas de alimentación, explica que el interés del gigante asiático por comprar tierras era real (sobre todo hasta 2011), pero que se enfrentaron a numerosos problemas que al final lo hicieron inviable. Una de las cuestiones más importantes tiene que ver las connotaciones políticas que implica. “Hay que entender que la compra de tierras es un tema sensible para casi todos los países. Es igual en China: uno no puede ir ahí y comprar tierras. Siempre es un tema que lleva a otros, como la soberanía nacional. Nosotros siempre les dijimos que esa no era la mejor estrategia”, explica esta diplomática brasileña.

El tema ha sido tan polémico que tanto Argentina como Brasil han aprobado en los últimos años nuevas legislaciones al respecto. En Buenos Aires, en diciembre de 2011, el gobierno central pasó una ley para limitar la cantidad de tierras rurales que podían estar en manos de propietarios extranjeros.

En Brasil, en 2010, una reinterpretación de la ley de 1971 quería evitar que las empresas foráneas crearan sucursales en el país sudamericano para así poder comprar tierras como si fueran locales, una táctica utilizada durante décadas por inversores estadounidenses y europeos. En los dos casos se apuntó a las intenciones de países “pobres en tierra y ricos en capital” como China, pero al menos en Brasil el debate había comenzado mucho antes. “Cuando uno va a ver qué motivó esa nueva interpretación de la ley, se da cuenta de que fue la compra de tierras… pero no de chinos, sino de muchos estadounidenses, holandeses y japoneses entre 2007 y 2008”, apunta Tatiana Rosito.

Además de esta sensibilidad política, las anunciadas adquisiciones chinas también se han enfrentado a problemas técnicos y administrativos, al desconocimiento de las leyes locales o a la oposición de organizaciones sociales y campesinas. En Argentina, el fracaso más sonoro se lo llevó Heilongjiang Beidahuang NongKen (la mayor productora de soja de China), que en agosto de 2011 llegó a un acuerdo con el gobierno de la provincia de Río Negro para cultivar soja, maíz y trigo durante 20 años a lo largo de 330.000 hectáreas.

El proyecto planteaba una inversión de 1.500 millones de dólares y fue definido como “el mayor plan de irrigación agrícola desarrollado en el país en más de medio siglo”. Sin embargo, ante las posibles consecuencias sociales y medioambientales del proyecto, tan solo tres meses después el Tribunal Superior de Justicia de Río Negro ordenó su paralización hasta consultarlo con los organismos municipales y provinciales. A finales de 2016, el proyecto se daba ya por muerto.

Hay otros factores más profundos que explican la fallida compra de tierras en Sudamérica. Basta hablar durante un día con agricultores como Alejandro Calderón, visitar una mañana la Bolsa de Comercio de Rosario o entrevistar a expertos como Marcelo García para comprender que los productores son en realidad la parte más débil de la cadena de producción sojera. Ellos son los que sufren los cambios en los precios internacionales, los crecientes costos del transporte, la inflación, las restricciones al cambio de moneda extranjera y las inclemencias del tiempo. “Comprar un stock como la tierra no hace lógica. Te acusan de neocolonialista, no sabés hacerlo, es carísimo y la rentabilidad es pésima. Por eso ni Japón compra tierras, ni China compra tierras. Es una locura”, resume el economista Diego Marcos.

En Argentina, los grandes inversores internacionales también tienen otro problema: muy pocos quieren vender sus terrenos y cuando lo hacen suelen ser parcelas pequeñas que acaban en manos de algún familiar o conocido.

Además, los agricultores argentinos se encuentran “atrapados” entre dos actores mucho más poderosos. Por un lado, el gobierno central (en particular el de Cristina Fernández de Kirchner, pero no solo), que necesitado de dólares impuso durante años retenciones de hasta el 35% a la exportación de soja. Este porcentaje es asumido directamente por los productores y generó en los últimos años un virulento enfrentamiento entre el gobierno de Cristina Fernández de Kichner y el campo argentino.

La otra parte del sandwich entre el que se encuentran los agricultores la forman las grandes multinacionales de alimentos (conocidas como traders), que gracias a su reducido número y al control de la industrialización, logística y comercialización de la soja son capaces de imponer precios y condiciones. Estamos hablando de compañías como Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill (las tres estadounidense) y Dreyfus (francesa), conocidas en el mundillo como ABCD (la primera letra de cada una de ellas) y responsables del 90% del comercio mundial de granos.

Aunque le ha costado algo de tiempo, China poco a poco ha ido comprendiendo las reglas del juego y haciendo caso a diplomáticos como Tatiana Rosito. La seguridad alimentaria sigue siendo una de las prioridades de Pekín; pero, con la puerta cerrada a la compra de tierras, la estrategia ahora es otra.

COFCO: la nueva trader china de alimentos

Las oficinas centrales de Nidera en Buenos Aires se encuentran en una de las zonas nobles de la capital argentina. Están a tan sólo 750 metros de la Casa Rosada, el lugar donde trabaja el Presidente del país. En la misma calle, un poco más abajo, junto a otros edificios de estilo europeo y amplias avenidas de inspiración francesa, está también el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

Cuando no hay manifestaciones en la cercana Plaza de Mayo, la zona está llena de turistas y hombres de traje y corbata que acuden a trabajar a las sedes de las compañías más grandes del país. Entre ellos están los empleados de la empresa de origen holandés Nidera. Por fuera, el edificio al que entran sus trabajadores parece un bloque de oficinas cualquiera; por dentro, se está cociendo la respuesta China a su tan ansiada seguridad alimentaria.

Esto es así porque en febrero de 2014, la empresa china COFCO (China National Cereals, Oils and Foodstuffs Corporation) adquirió el 51% de las acciones de Nidera. Esta compañía se fundó en Rotterdam en 1920, llegó a Argentina en 1929 y en 2016 contaba con 3.800 empleados en 22 países (2.000 de ellos en Sudamérica).

COFCO, por su parte, es una gigantesca empresa pública dirigida por el Consejo de Estado de China y la mayor empresa de alimentos del país asiático. La revista Fortune la situaba en el año 2016 en el puesto 121 del mundo, con unos ingresos de 64.615 millones de dólares y más de 120.000 trabajadores.

Además de dedicarse a la producción, almacenamiento, procesamiento, transporte y comercialización de granos, frutas y verduras, también cuenta con importantes marcas como Great Wall (vinos), Mengniu (lácteos) o Leconte (chocolates), todas ellas muy conocidas en China.

COFCO y la compra de Nidera Argentina

En las oficinas de Nidera en Buenos Aires, los responsables de la compañía explican que el interés inicial surgió por parte de la propia empresa holandesa. En un contexto de cada vez mayor competencia con las grandes multinacionales (las ABCD), Nidera deseaba hacer nuevas inversiones para tener mayores economías de escala y avanzar en su internacionalización. Pero para eso necesitaba dinero. “Todo el mundo sabía que Nidera estaba buscando capital, entre un 15% y un 20%; y entonces salió un interés de COFCO más grande y ahí los accionistas dijeron: ‘bueno, esto nos interesa’”, me explicó Jaap Rommelaar, responsable de la División de Cereales y Oleaginosas de la empresa, en relación a ese 51% que finalmente se vendió.

Además de conseguir más capital para realizar mayores inversiones, COFCO le ofrecía a Nidera la otra parte del negocio alimentario: la demanda. La empresa holandesa era muy potente en los mercados productores (Argentina y Brasil), pero apenas tenía presencia entre los compradores chinos. COFCO, el mayor comprador y vendedor de granos del gigante asiático, ofrecía un nuevo mundo de oportunidades al otro lado del Pacífico.

Para la empresa china, por su parte, Nidera ponía sobre la mesa todo lo contrario: presencia física, conocimiento y logística en los países sudamericanos productores de soja. “Nidera es una empresa que va desde la semilla hasta el cliente. Y COFCO era un cliente. Con eso ya cubres casi todo: desde la semilla hasta la casa en China”, afirma Jaap Roommelaar.

Aunque sea poco conocida por el público en general, la estrategia de COFCO no es ningún secreto para los especialistas del sector. Descartada la posibilidad de comprar tierras, China ha visto que es mucho más útil comprar otros activos que se encuentran a lo largo de toda la cadena alimentaria: es aquí donde hay más dinero, menos riesgos y más capacidad para marcar los precios y las reglas del mercado. Ning Gaoning, entonces presidente de COFCO, lo reconocía (link en chino) de forma clara en una reflexión que merece la pena ser reproducida:

“A la hora de promover nuestra estrategia y de controlar los recursos en el extranjero, ¿cómo podemos hacerlo exactamente? China Minmetals puede ir al extranjero y comprar una mina, pero lo nuestro no es igual; nosotros no podemos comprar una mina de alimentos. Entonces, ¿deberíamos comprar tierra y cultivarla nosotros mismos?

Si miramos la experiencia de las ABCD, ellas básicamente no cultivan alimentos. Además, si vas al extranjero a comprar tierras pueden pasar dos cosas: si compras pocas parcelas, su importancia no es muy grande; y si compras muchas, puede convertirse en un problema de política internacional”

La nueva estrategia china de alimentos en Sudamérica

La batalla, por lo tanto, está en seguir el camino de las ABCD. Para ello hay que tener almacenes de alimentos, plantas de molienda y terminales portuarias. Hay que tener también conocimiento de los mercados, capital humano y una larga lista de clientes en todo el mundo.

Para avanzar en esta estrategia, tan sólo un par de meses después de la compra de Nidera, COFCO se hizo en abril de 2014 con el 51% de las acciones de Noble Group, otra de las traders de tamaño medio con fuerte presencia en Sudamérica. La jugada (combinada con Nidera) permite unas sinergias tan amplias y ofrece tantas infraestructuras sobre el terreno que ya se habla de unas nuevas siglas: ABCCD.

“Con la compra de Nidera, COFCO se convierte en un jugador global; lo que ha hecho es proyectarse al mundo como un quinto actor del ABCD”, reconoce Hernán Maurette, Director de Relaciones Institucionales y Sustentabilidad de la empresa de origen holandés. De esta forma, China puede ya cortar intermediarios (las ABCD, que controlaban el comercio de soja en todo el continente americano), comprar directamente a sus proveedores, obtener los mejores precios en los países de origen y protegerse de los agrogigantes occidentales.

En Argentina, las cuentas salen fácilmente. En el año 2014, si sumamos las exportaciones de oleaginosas de Nidera y Noble, nos encontramos con el segundo actor más importante del país, con el 12% de la producción argentina (sólo por detrás de Cargill).

En torno a las provincias de Buenos Aires y Santa Fé, Nidera cuenta con una planta para el refinado de aceites, dos plantas para la molienda de soja y girasol, dos terminales de fertilizantes y cinco elevadores de granos. En el sur, tiene participaciones en dos puertos: el de Bahía Blanca y el de Queuquén, desde donde exportan sus productos al mundo.

Además de eso, la empresa es muy potente en la elaboración de semillas transgénicas (se calcula cuenta con el 40% del mercado argentino) y tiene importantes marcas de aceites como Springfield, Campo Grande, Clarin y Legitimo. Según los datos de los propios representantes de Nidera, sus plantas en Argentina reciben de media 800 camiones al día llenos de grano dispuesto a ser procesado.

Todo este sistema logístico y productivo implica una importante seguridad alimentaria para China. El gigante asiático ya no depende ni de las infraestructuras ni de los precios marcados por las ABCD. En caso de un desastre natural o una subida repentina de precios, Pekín tendría ahora mayor margen de maniobra para almacenar, redistribuir, comprar y vender soja. Si hubiera algún conflicto con Washington, éste tendría menos poder de retaliación sobre el gigante asiático, ya que una limitación a las exportaciones del campo estadounidense o una penalización a empresas como Cargill podría ser ahora compensada por el imperio COFCO.

De la misma forma, en el contexto asiático, China se ha adelantado a India, el otro 20% de la humanidad (1.250 millones de personas) con quien podría competir por los alimentos en el futuro; también podría ser una efectiva arma de presión sobre Japón, el otro gran rival asiático y también suculento importador de productos agrícolas.

Grandes barcos acuden a las cercanías del rio Parana, donde estan las fábricas de Molienda, para poner rumbo a China. [FOTO: Daniel Méndez]

Los motivos por los que es mejor comprar empresas que comprar tierras

La operación de COFCO también tiene sentido porque la compra de una empresa extranjera consolidada y con experiencia ahorra muchos problemas. Si la compañía china quisiera empezar de cero, lo tendría muy difícil para llegar a las dimensiones de las ABCD y tendría que enfrentarse al complejo proceso de papeleo, leyes medioambientales, permisos y logística.

También tendría que enfrentarse a las reticencias de ONGs, movimientos sociales y medios de comunicación, que probablemente verían con malos ojos la implantación paulatina de una empresa china en el sector de la alimentación. De esta forma, como han hecho muchas otras empresas a lo largo de la historia (las propias ABCD, que han realizado numerosas compras en Sudamérica) COFCO utiliza el atajo de la billetera para hacer adquisiciones que de golpe y porrazo le permiten contar con personal bien entrenado, infraestructuras, plantas de procesamiento, centros de investigación y una larga lista de clientes.

A pesar de la compra por parte de COFCO, hasta 2016 nada parecía haber cambiado en las operaciones que Nidera y Noble realizan en Argentina. El funcionamiento y el personal seguían siendo los mismos e incluso no había ni un solo responsable chino en Sudamérica. “En Argentina, las estructuras de estas dos empresas no han cambiado. Ni las líneas de desarrollo, ni la línea de negocio… no ha cambiado nada. Pero para este tipo de empresas un año tal vez sea poco y el proyecto de ir cambiándolas sea a cinco o diez años”, afirma Marcelino García.

En un principio se pensó que Nidera y Noble podrían apostar por desinvertir en el procesamiento de la soja y exportar el poroto directamente a China, pero los responsables de la empresa explican que no tendría sentido haber pagado tanto dinero por dos empresas para a continuación destrozar su modelo de negocio.

Por otro lado, los productores agrícolas como Alejandro Calderón todavía no tiene claro cómo les va a afectar a ellos el movimiento. Mucho más preocupados por los cambios en las retenciones a las exportaciones o por la evolución del peso argentino, a los agricultores argentinos les gustaría que un nuevo jugador como COFCO pudiera reventar el mercado de las traders tradicionales ofreciendo mejores precios por sus cosechas, pero al mismo tiempo reconocen que la entrada del gigante chino sigue reduciendo el número de compradores y por lo tanto su poder de negociación. “En realidad no tenemos una opinión fundada sobre COFCO. Pero nosotros sabemos que al final las grandes exportadoras tienden al cartelismo”, afirma Juan Pablo Karnatz, presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), una asociación gremial que representa a más de 100.000 productores agropecuarios.

La estrategia china de apoyar el surgimiento de campeones globales de la alimentación va mucho más allá de COFCO y Sudamérica. En 2013, Shuanghui Group realizó una de las adquisiciones chinas más sonoras al pagar 4.700 millones de dólares por la estadounidense Smithfields Foods, la mayor productora de cerdos del mundo.

Otro de los nuevos gigantes chinos de la alimentación, Bright Food, se ha hecho en los últimos años con empresas como la australiana Manassen Foods (comercializadora de galletas, tartas y productos congelados y perecederos), la israelí Tnuva (leches y lácteos), la española Miquel Alimentació (distribuidora mayorista de alimentación), la francesa Diva Bourdeaxu (exportadora de vinos), la italiana Salov (productora de aceites de oliva) o la británica Weetabix (cereales).

En 2017, ChemChina (que curiosamente está ahora presidida por el propio Ning Gaoning) puso sobre la mesa 43.000 millones de dólares para comprar Syngenta, una multinacional suiza especializada en semillas, agroquímicos y biotecnología, en la que se convirtió en la mayor compra de China en el extranjero.

La estrategia de China, por lo tanto, es mucho más sofisticada de lo que suele pensarse. La compra de tierras fue el impulso inicial de las autoridades chinas, la idea primigenia para entrar en el sector de la soja y garantizar la seguridad alimentaria de los 1.350 millones de chinos. Con el tiempo, Pekín se ha dado cuenta no sólo de que esta táctica despierta recelos en país como Argentina o Brasil, sino que además es poco efectiva; es mucho mejor adquirir empresas como Nidera, entrar en la parte alta de la cadena de producción, invertir en la logística y el procesamiento de alimentos y controlar el comercio de grano. Esta es la verdadera estrategia china para garantizar su seguridad alimentaria.


Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina” (puedes comprarlo en Amazon España o Amazon Estados Unidos). En el libro se habla en mucha más profundidad del comercio de la soja y las relaciones entre Argentina y China.

Daniel Méndez
Daniel Méndez es el autor del libro "136: el plan de China en América Latina", publicado en 2019 y que explica en profundidad las crecientes relaciones políticas y económicas entre el gigante asiático y el continente americano. En 2010 creó la página web ZaiChina. Es Licenciado en Periodismo y Estudios de Asia Oriental. Colaboró desde Pekín con varios medios de comunicación (entre ellos El Confidencial, Radio Francia Internacional, El Tiempo y EsGlobal) y es el autor del libro "Universitario en China. Así son los futuros líderes del país". [Más artículos de Daniel Méndez]

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