El único árbitro de fútbol chino que participó en una copa mundial, Lu Jun, fue condenado a cinco años y medio de prisión por haber aceptado sobornos para decidir el resultado de partidos de la liga principal. Otros ocho acusados –tres árbitros y cinco dirigentes- también recibieron duras condenas de privación de libertad. Entre ellos, un alto dirigente de la Asociación de Fútbol Chino. El juicio, que comenzó en 2009 y que aún continúa para un grupo de acusados aún más numeroso, busca acabar con lo que en el fútbol chino era una regla aceptada por todos los participantes: lo importante no es el deporte en sí, sino el poder y el dinero que se mueven alrededor de la actividad que interesa a más gente en el mundo entero.

En China, el fútbol es relativamente nuevo, profesional tan solo desde 1994. Sin embargo, en pocos años cumplió todo el ciclo que en otros países demandó décadas: desde el deporte hasta la mafia. Ciertas características ayudaron mucho. Los equipos pertenecen a empresarios supermillonarios muy cercanos al Partido. Pero alguien desde arriba dio la orden y el fútbol chino se propone empezar de nuevo desde cero. (Según The Economist, el billonario miembro del Partido, Xu Jiayin, del Evergrande Real State Group, compró el Guangzhou Pharmaceutical en 2010 y está invirtiendo más plata que el Real Madrid.Y, según el mismo artículo, 13 de los 16 equipos de la liga pertenecen a inversores inmobiliarios).

El próximo presidente no anunciado, Xi Jinping, declaró hace unos meses que dentro de sus objetivos está clasificar a su selección al mundial, luego ser anfitrión y finalmente ganar la copa. No parece tarea fácil, considerando que sólo una vez, en el 2002, el equipo clasificó para el mundial y su perfomance fue lamentable. Pero China ha dado más de una sorpresa. A decir verdad, Xi no la tiene fácil. En los últimos años no sólo ha mermado la cantidad de fanáticos del fútbol local, hartos de tanta corrupción impune; también los padres cada vez tienen menos deseos de que su hijo único se dedique a una actividad que nada en la inmundicia y que sólo hará ricos a unos pocos superdotados. Según datos de la Asociación de Fútbol Chino, en 1990 había 650.000 jugadores menores de 18 años inscritos. En 2010 bajó a 7.000.

Al mismo tiempo que Xi anunciaba su deseo de que la selección de fútbol China esté pronto en el pelotón de los elegidos, comenzaba en el país la contratación de jugadores extranjeros de primer nivel. El Evergrande compró a los brasileños Muriqui (26 años, 3,5 millones de doláres) y Cleo (26 años, 4 millones de dólares). En su primer partido, el delantero Muriqui hizo cuatro goles. Luego, el mismo Evergrande compró al argentino-brasileño Darío Conca, de 29 años, por 10 millones de dólares. A fin de año, el Shanghai Shenhua (que fue descendido por sobornos) compró al conocido jugador francés Nicolas Anelka, de 32 años de edad. Fue la primera adquisición china de una estrella internacional de fútbol en actividad y la noticia recorrió el mundo. Cobrará 250.000 dólares por semana durante tres años, si es que aguanta hasta los 35. Anelka espera que un compañero suyo del Chelsea, el africano Didier Drogba (otro “gran viejo” de 32 años), pueda venir a acompañarlo al Shenhua. También se menciona a Ronaldinho, de 31 años.

Ante esta avalancha de dinero y estrellas en declive que está recién empezando, los aficionados chinos y los directores técnicos (mayormente europeos) se preguntan si tiene sentido invertir en jugadores que están finalizando sus carreras. Es de imaginar que para los trabajadores chinos las cifras en las que se negocian estas estrellas del balón resulten obscenas. Varios técnicos extranjeros, así como el inglés Rowan Simons –el occidental que más sabe de fútbol chino- consideran que para llegar a las grandes ligas, China debe contratar jugadores jóvenes y –sobre todo- invertir en escuelas de fútbol.