Argentina y China: la lucha por la industria de la soja

por | Sep 16, 2019 | América Latina y China, Economía china, Lo último

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Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina”. Aquí tienes más información sobre este fascinante viaje al nuevo rol de China como superpotencia. En el libro se habla en mayor profundidad del comercio de la soja y de la estrategia china de los alimentos en América Latina.


Rosario, el centro industrial de la soja argentina

Unos 115 kilómetros al norte de Pergamino se encuentra la ciudad de Rosario. Ubicada en la provincia de Santa Fé y con casi un millón de habitantes, el centro de esta urbe argentina está repleto de edificios de estilo europeo, amplias zonas verdes y cafeterías con aire parisino. Aunque los ciudadanos se quejan de la crisis económica y de la violencia vinculada al narcotráfico, en el contexto latinoamericano la ciudad parece un ejemplo más del sueño de las clases medias argentinas. Rosario cuenta además con dos personalidades que nacieron en sus calles y defiende con orgullo: el guerrillero Ernesto Che Guévara y el futbolista Lionel Messi.

Pero Rosario (y en particular sus alrededores, una extensión de 589 kilómetros cuadrados conocida como el Gran Rosario) es también famosa por su rol en el comercio internacional de los alimentos. A su alrededor, en las provincias de Santa Fé, Córdoba y Buenos Aires, se encuentran los campos más fértiles y productivos de Argentina. Por la ciudad pasa el Río Paraná, desde donde salen hasta el Océano Atlántico en torno al 80% de las exportaciones argentinas de aceites, granos y otros productos agrícolas (en especial la soja).

Además de contar con esta ubicación estratégica, el gran activo del Gran Rosario es la industria que se ha generado a su alrededor. Desde finales de los años 90, las grandes multinacionales del sector (ADM, Bunge, Cargill, Dreyfus) y varias empresas argentinas (Vicentín, Molinos Ríos, General Deheza) han construido aquí uno de los mayores complejos oleaginosos del mundo.

En total, en el Gran Rosario hay 19 terminales portuarias y 22 plantas de procesamiento de aceites, harinas y biocombustibles de soja. A las orillas del río Paraná, desde la localidad de Timbúes hasta Arroyo Seco, la escena más repetida es la de grandes camiones que entregan el grano, fábricas que lo procesan (con sus chimeneas echando humo) y enormes barcos que atracan en las terminales para cargar la mercancía y poner rumbo a Asia y Europa.

Grandes barcos acuden a las cercanías del rio Parana, donde estan las fábricas de Molienda, para poner rumbo a China. [FOTO: Daniel Méndez]

Toda esta concentración de fábricas y puertos responde al intento de Argentina por industrializar la soja y crear un polo de desarrollo económico en torno a Rosario. El país sudamericano no quería tan sólo exportar el grano (el poroto de soja), sino que ha querido añadirle valor y vender en el extranjero aceites y harinas. Con esto no sólo consigue precios más altos por sus productos, sino que también atrae inversión extranjera, crea puestos de trabajo, aumenta la recaudación pública y dinamiza toda la región a través de más consumo, transporte y actividad económica.

Las exportaciones de soja argentina a China

En gran medida, la estrategia argentina ha sido exitosa. En la temporada 2014-2015, de las 60,1 millones de toneladas de soja producidas, un 75,7% acabó en alguna planta de producción. Del resto, unas 11,5 millones de toneladas fueron exportadas directamente como poroto de soja y unos 3,1 millones se utilizaron para semillas, balanceados y otros.

Argentina ha conseguido evitar la primarización (vender únicamente la materia prima) y avanzar en la elaboración de productos agroindustriales sofisticados. No sólo eso, sino que debido a la poca demanda interna para estos productos, Argentina es el mayor exportador de harinas y aceites de soja del planeta, con cerca del 50% del comercio mundial. Y todo ello es gracias al Gran Rosario.

Los empresarios y analistas rosarinos están contentos con los logros obtenidos, pero también reconocen que tienen una espinita clavada con China. Y es que aunque la demanda del gigante asiático es uno de los motivos detrás de esta exitosa industrialización, Pekín prioriza la compra de poroto de soja, no de harinas y aceites. Es decir: justo lo contrario de lo que quiere Argentina. “El conflicto que tenemos con China es que nosotros hemos hecho grandes inversiones para generar una industria y una infraestructura del procesamiento de la soja; pero China no quiere importar productos con valor agregado”, resume Guillermo Rossi, investigador de la Cámara de Comercio de Rosario.

El motivo es que, casi al mismo tiempo que las multinacionales y las empresas argentinas construían plantas en torno a Rosario, China hacía lo mismo a lo largo de su costa, desde la ciudad de Dalian hasta Nanjing. A través de un fuerte apoyo a la industria nacional (con subsidios, precios fijos, descuentos fiscales y créditos ventajosos), el gigante asiático consiguió en muy poco tiempo crear su propia industria oleaginosa.

Si hasta 1992 China procesaba menos de cinco millones de toneladas de soja al año, para el año 2006 había sobrepasado los 35 millones y en 2014 estaba cerca de los 70 millones (frente a los 44,5 de Argentina). La estrategia de Pekín es clara: importar la materia prima desde el continente americano y procesarla dentro de sus fronteras.

La estrategia china de la soja en Argentina

Como pasa en los casos de México y Brasil, también aquí se presenta el problema de la primarización de las economías latinoamericanas y las dificultades de muchos países por consolidar sus procesos de industrialización. “China ha hecho en estos últimos años grandes inversiones en el sector de la soja… pero en China. Por lo tanto, hay una suerte de competitividad entre China y Argentina por ver quién es el que le agrega valor al poroto de soja. Argentina quiere agregarle el valor acá y China se lo quiere agregar allá”, explica Eduardo Daniel Oviedo, uno de los sinólogos más destacados del continente y profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Rosario.

El resultado es que la relación entre la soja argentina y China no es tan complementaria como a menudo se recoge en los medios de comunicación. Aunque las ventas se han disparado desde los años 90 y los productos oleaginosos son con mucha diferencia el principal producto que Argentina exporta a China (en 2016, el 64% del total), casi todo es poroto de soja sin procesar.

Esto significa que en realidad la cosecha argentina se va en forma de harinas y aceites a Europa (Italia, España, Reino Unido, Países Bajos) y otros países asiáticos (India, Vietnam, Indonesia), mientras que China “sólo” adquiere en torno al 15% de la producción total de soja argentina. “La imagen que se tiene en el mundo es que Argentina exporta toda su soja hacia China, pero en realidad esto no es así”, afirma Eduardo Daniel Oviedo. Especialmente en los últimos años, Pekín se nutre mayormente de la soja procedente de Brasil y Estados Unidos, que en 2016 alcazaron el 87% de las importaciones chinas de poroto (frente al 9,5% de Argentina).

A pesar de esta competencia industrial, en Rosario no todo el mundo está tan preocupado. Los analistas de la Bolsa de Comercio explican que en cierto sentido China obliga a la diversificación: una parte de la cosecha se dedica a las harinas, otra a aceites (incluidos biocombustibles) y otra a la exportación directa de grano. Eso hace que las empresas puedan jugar con las distintas opciones y elegir la más rentable en función de los cambios en el mercado. Además, si bien China ha reducido sus compras de aceite de soja, India parece haber ocupado su lugar y todavía tiene mucho margen para ampliar sus importaciones en las próximas décadas.

En Rosario se confía también en que sus plantas no sólo son mucho más grandes y eficientes que las chinas, sino que además están mucho más concentradas geográficamente, cuentan con tecnologías más modernas y se encuentran más cerca de la materia prima. Los más optimistas piensan que China, inmersa en su cambio de modelo económico, no tendrá más remedio que abandonar sus pequeñas plantas de oleaginosas y renunciar al procesamiento de la soja. “Es mucho más eficiente que Argentina se especialice en el crushing [la molienda de soja] y le mande los productos a China. Va a haber un cambio allá en los próximos 10 ó 20 años. China va a empezar a comprar más harina y más aceite y van a tener menos plantas. El modelo de China industrializador donde se produce todo es un modelo que ya terminó hace cinco o seis años”, afirma convencido Diego Marcos, economista rosarino y presidente de la Asociación Civil para la Cooperación Argentina China.

Mientras eso pasa, Argentina y China siguen luchando por la industrialización de la soja.


Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina”. Aquí tienes más información sobre este fascinante viaje al nuevo rol de China como superpotencia. En el libro se habla en mayor profundidad del comercio de la soja y de la estrategia china de los alimentos en América Latina.

Daniel Méndez
Daniel Méndez es el autor del libro "136: el plan de China en América Latina", publicado en 2019 y que explica en profundidad las crecientes relaciones políticas y económicas entre el gigante asiático y el continente americano. En 2010 creó la página web ZaiChina. Es Licenciado en Periodismo y Estudios de Asia Oriental. Colaboró desde Pekín con varios medios de comunicación (entre ellos El Confidencial, Radio Francia Internacional, El Tiempo y EsGlobal) y es el autor del libro "Universitario en China. Así son los futuros líderes del país". [Más artículos de Daniel Méndez]

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