En occidente, todo el mundo le conoce por su famosa “La Bicicleta de Pekín”, la película del 2001 que retrataba las duras condiciones de vida de muchos jóvenes en la capital china y que sedujo a la crítica internacional. Es Wang Xiaoshuai, uno de los directores más interesantes y comprometidos del actual cine chino, quien el pasado 18 de mayo estrenó nueva película en China.
Su nuevo film se llama “Eleven Flowers” (我十一) y se sitúa en un pequeño pueblo a mediados de los años 70, poco antes del fin de la Revolución Cultural. Allí, a través de la mirada de un niño de 11 años (de ahí el título original en chino), comenzamos a comprender que algo extraño ha pasado: un cuadro del Partido aparece asesinado en el río, lo que todos relacionan con sus “excesivas relaciones” con una joven del pueblo y la posible venganza de su hermano. En la historia se entremezcla este asesinato, la caída en desgracia de una familia, la inocencia de los más pequeños y todas las penurias que sufren muchos de los que han sido enviados hasta aquí desde Shanghai, en un claro ejemplo de lo que supuso el tercer frente. Esta política impulsada por Mao Zedong a partir de los 60 pretendía llevar las industrias a lugares remotos del país para evitar su destrucción a manos de un ataque extranjero y fue una experiencia que el propio Wang Xiaoshuai vivió en su infancia.
La película demuestra sin ninguna duda el talento narrativo de Wang Xiaoshuai, que desde el principio consigue meterte dentro de la historia y trasladarte a esa época y a ese lugar. Los actores, especialmente el niño protagonista, están excepcionales en su retrato de la China de los años 70. La historia fluye con gran naturalidad, subiendo en intensidad poco a poco, sorprendiendo en algunas ocasiones al espectador y colándose fácilmente en ese retrato costumbrista lleno de pequeñas anécdotas sobre la época.
Dentro de la complicada situación de la industria cinematográfica china, presionada por las películas de Hollywood, los controles del Gobierno y las megaproducciones comerciales, directores como Wang Xiaoshuai llevan años subiendo el listón del cine chino y firmando obras interesantes y humanas con caracter de cine de autor. Para esta película, el propio director ha tenido que hipotecar su casa y su coche y prácticamente la única publicidad que ha hecho ha sido a través de Sina Weibo y la colaboración de algún amigo famoso. Que un director consagrado como Wang Xiaoshuai tenga que pasar por este tipo de sacrificios para financiar su última película dice mucho sobre el escaso margen que tienen estas apuestas cinematográficas en el mercado chino.
Por desgracia, y volviendo a la película en sí misma, el proyecto personal de este director no consigue contar nada nuevo y en muchas ocasiones el espectador puede tener la sensación de estar contemplando escenas que ya ha visto antes en alguna parte. Hay, por ejemplo, la tìpica escena en la que un intelectual ha conseguido rescatar importantes obras artísticas de la hoguera de la revolución cultural; el mismo retrato de ese pueblo “conquistado” por Mao, con su rostro y eslóganes por todas partes; los mismos chistes entre esos entrañables niños; las mismas discusiones entre la madre (siempre pendiente del dinero) y el hijo que quiere una camisa nueva. En cierto sentido, “Eleven Flowers” es una reedición de otra fantástica película suya, Shanghai Dreams: tal vez más personal y más entrañable, pero al fin y al cabo una repetición de muchas de aquellas sensaciones e historias.
Su vuelta al pasado es más sorprendente si cabe después del éxito de su anterior película, In love we trust (左右), donde analizaba con brillantez la nueva sociedad urbana contemporánea en la que la mayoría de chinos (y espectadores) están envueltos. De ahí ha decidido volver una vez más su mirada al pasado, probablemente como necesidad personal, y el resultado es una película interesante y entretenida, con algunos momentos de gran cine, pero que en líneas generales deja una triste sensación de déjà vu cuando abandonas el cines.
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