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(Caixin / Sheila Melvin) “Antes me interesaba la política de la poesía”, escribió el gran poeta estadounidense Robert Frost. “En la vejez me está empezando a interesar la poesía de la política”. Si el señor Frost hubiera nacido en China, donde poesía y política han ido de la mano desde hace mucho tiempo, podría haber pasado toda la vida complaciendo ambos intereses.
La conexión entre política y poesía en la República Popular de China me pareció evidente la primavera pasada, cuando el presidente Hu Jintao pronunció un discurso en el Diálogo Estratégico y Económico entre Estados Unidos y China que tiene lugar cada año en Pekín. El Diálogo de 2012, obviamente, coincidió con un momento político un tanto tumultuoso, con el drama del abogado ciego Chen Guangcheng en pleno apogeo; el terremoto de la destitución de Bo Xilai y el arresto de su esposa, Gu Kailai, aún retumbando; y la atención de los medios de comunicación de todo el mundo dirigida, como el puntero de un láser, sobre Pekín. En medio de todo esto, el presidente Hu subió al escenario en la sesión inaugural del Diálogo y se dirigió a dignatarios visitantes de la talla de la Secretaria de Estado de estadounidense, Hillary Clinton; decidió acabar su discurso con un poema.
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