Perú y China: las consecuencias de la minería (el caso Chinalco – Toromocho)

por | Ago 28, 2019 | América Latina y China, Lo último

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La minería china en Perú: los perdedores de Morococha

Morococha Antigua parece una ciudad en estado de guerra. Como si hubiera sufrido un bombardeo, las casas se han convertido en montañas de escombros y el único rastro que queda de los comercios son los cristales rotos de las ventanas. A 4.700 metros de altura en los andes peruanos, este pueblo se ha quedado también sin escuela, comisaría y centro de salud. Morococha Antigua, que durante décadas fue una vibrante localidad minera, desaparece ahora en las alturas.

En este contexto de miseria y olvido, sus habitantes han decidido poner tierra de por medio. De las más de 5.000 personas que vivían hace unos pocos años, apenas quedan ahora 180 familias. Todos los días por la mañana, sus hijos tienen que recorrer diez kilómetros para poder ir a la escuela. En medio de este panorama desolador, los recuerdos bélicos se recrudecen a las doce de la mañana, cuando se escuchan explosiones que en cualquier momento podrían acabar con las pocas casas que quedan en pie: “Las voladuras sacuden todo el terreno; y como las casas son de materiales rústicos, pues con ese movimiento poco a poco están cediendo”, explica Máximo Díaz frente a su humilde casa, rodeado de solares abandonados y basura sin recoger.

Las voladuras a las doce de la mañana explican parte del triste destino de Morococha Antigua. A unos pocos cientos de metros de aquí, la empresa Corporación de Aluminio de China (Chinalco) desarrolla una de las mayores explotaciones de cobre de Perú, el proyecto Toromocho. Al tratarse de una mina de tajo abierto, la única forma de extraer los minerales de las montañas es con explosiones controladas. Cada una de estas voladuras permite acceder a cientos de toneladas de cobre (y millones de dólares por su venta), pero también hace temblar a las familias que intentan sobrevivir en Morococha Antigua.

Ya antes de comenzar la explotación, Chinalco sabía que este pequeño pueblo iba a ser un problema. No sólo porque bajo las viviendas de Morococha Antigua hay minerales, sino también porque su cercanía respecto a las demás reservas de cobre hacía imprescindible su desaparición. Para solucionar el problema, Chinalco se comprometió a construir un nuevo pueblo y a facilitar la reubicación de sus más de 5.000 habitantes. Morococha Antigua iba a desaparecer, pero Nueva Morococha esperaba a la vuelta de la esquina.

Antigua Morococha, a 4.700 metros de altitud en los Andes peruanos, desaparece en las alturas y en medio de la destrucción. [FOTO: Daniel Méndez]

Inversiones chinas en Perú: el caso Chinalco Toromocho

Frente a lo que pudiera parecer, los morocochanos vieron desde el principio con buenos ojos la idea. Abandonar su pueblo de toda la vida no suponía un trauma porque Morococha Antigua no era precisamente el paraíso: las casas habían sido construidas con materiales pobres, la tierra y el agua estaban contaminadas por la actividad minera, las calles se estaban hundiendo y muchas viviendas no tenían agua, baño o luz.

Además, la llegada de una gran multinacional (Chinalco es el tercer productor de aluminio del mundo) y una inversión multimillonaria (4.820 millones de dólares), auguraba mejores infraestructuras y nuevas oportunidades económicas. “Cuando vino la empresa transnacional Chinalco, acá la población aplaudía. Se sentían felices. ¡Pucha, que vamos a tener trabajo! ¡Vamos a tener comercio! ¡Vamos a tener educación! ¡Salud!”, explica Máximo Díaz sobre las expectativas que se generaron con la llegada de la empresa china, que en agosto de 2007 compró la canadiense Minera Peru Copper y en mayo de 2008 se hizo con todas las concesiones y activos mineros de Toromocho.

Hoy en Morococha Antigua no queda ni rastro de ese optimismo. Desde que comenzó la reubicación a finales de 2012, en torno al 90% de la población ya se ha mudado al nuevo y moderno pueblo construido por la empresa china a unos pocos kilómetros de aquí. En esta antigua localidad tan sólo quedan las familias que se resisten a aceptar las condiciones de Chinalco y se quejan del trato recibido por la compañía. “Nosotros recibimos a Chinalco con aplausos, pero todo se fue a la bancarrota. Esta empresa nos ha malogrado en todos los campos. No se ha conseguido nada”, afirma Máximo Díaz.

La historia de este señor de 63 años, que llegó a Morococha en 1966 proveniente de una humilde familia ganadera del cercano departamento de Pasco, es la de muchos de los que hoy resisten en este pueblo condenado a la desaparición. Vestido con un gorro de lana y cuello de cisne para protegerse del frío de la sierra, Máximo explica que está dispuesto a abandonar Morococha Antigua, pero sólo si la empresa le ofrece mejores condiciones.

Máximo Díaz, en Antigua Morococha, se niega a abandonar su casa ante las ofertas de la minera china Chinalco. [FOTO: Daniel Méndez]

Después de media vida trabajando, con mucho esfuerzo y mucho sudor, Máximo consiguió construir una casa y levantar un taller que en total suman unos 300 metros cuadrados. Chinalco le ofrece ahora una vivienda en Nueva Morococha de entre 50 y 70 metros cuadrados y una compensación de 25.000 soles (unos 7.000 dólares), pero a Máximo no le salen las cuentas. “¿Con esa plata qué vas a hacer? ¿A dónde vas a ir? Además de ese dinero tiene que haber una compensación. Esas son las normas legales. De lo que has tenido, te tienen que dar algo mejor. Pero ahora es de Guatemala a Guatepeor”, dice con amargura.

Las familias que resisten en Morococha Antigua no sólo quieren mayores compensaciones económicas por sus viviendas, sino también una oportunidad laboral. A pocos kilómetros de este pueblo en ruinas, Chinalco cuenta actualmente con 2.100 personas en plantilla y otros 1.700 trabajadores en subcontratas. El problema es que muy pocos de ellos son morocochanos. La empresa no ofrece cifras oficiales, pero César Reyna, asesor en asuntos legales y comunitarios del ayuntamiento, afirma que menos del 4% del personal es de Morococha. “La mayor parte de nosotros queremos un puesto de trabajo. Ellos te dan una casa… ¡pero tú no vives de una casa! Por eso la gente no quiere bajar allá”, dice Maximiliano Asto, de 55 años, otra de las personas que forma parte de “la resistencia”.

Las familias de Morococha Antigua tampoco están dispuestas a irse porque no les convence la zona donde se ha ubicado Nueva Morococha. La recién construida localidad se encuentra a unos 3 kilómetros de distancia de la laguna Huascacocha (muy contaminada por residuos mineros) y 120 metros por debajo de ella, por lo que tienen miedo que un terremoto pueda mover sus aguas y enterrarles en el interior de sus casas.

Aunque el Estudio de Impacto Ambiental dio el visto bueno a Nueva Morococha, los vecinos se quejan de que está construida sobre un bofedal (lo que produce humedad en las viviendas) y tiene niveles de metales demasiado elevados. “El lugar de Nueva Morococha es un lugar contaminado con minerales pesados y mercurio. Viendo esa realidad, los que estamos acá no estamos en contra del proyecto de Chinalco, sino que queremos que nos paguen un beneficio justo y nos reubiquen a un lugar saludable y seco”, resume Máximo Díaz.

Presiones y amenazas de Chinalco en Morococha

Los vecinos de Morococha Antigua también se quejan de las presiones y amenazas que han sufrido para abandonar sus casas. El proyecto minero de Chinalco iba a aumentar la producción de cobre de Perú en un 10% e iba a generar millones de dólares en regalías e impuestos, por lo que la empresa y las autoridades han intentado acelerar todo lo posible la desaparición de Morococha Antigua.

El alcalde de la localidad desde 2015, Luis Arias, un hombre joven de rasgos indígenas y mirada franca, no duda en hablar de una “reubicación chantajista” en la que Chinalco ha utilizado la presión económica para impulsar la mudanza. “Desde que vino el proyecto de Chinalco, todos los negocios colapsaron. No es por el proceso, sino que las empresas mineras se han puesto de acuerdo para no consumirles a los comerciantes de Morococha Antigua. Nos ahorcaron, nos presionaron por todos lados para que nos bajemos”, explica Luis Arias en su despacho, vestido con un grueso abrigo para protegerse del frío que se cuela por las ventanas.

Otra de las tácticas para “despejar” Morococha Antigua, denuncian los vecinos, han sido los despidos. Muchos de los habitantes de esta localidad trabajaban en concesiones mineras explotadas por empresas como Austria Duvaz o Argentum, pero sus puestos de trabajo comenzaron a pender de un hilo cuando comenzó la reubicación.

Según denuncia el alcalde Luis Arias, Chinalco (que maneja millones de dólares en compras, subcontratas y suministros) utilizó a estas compañías para presionar a los que no querían irse a Nueva Morococha. “Un día vinieron de la empresa Argentum y me dijeron: ´¿sabe qué? Si usted no baja, aquí ya no hay trabajo´”, explica Maximiliano Asto.

No sólo eso: aquellos que decidieron irse con la idea de mantener su ocupación laboral se dieron cuenta de que el trabajo era tan sólo temporal, así que cuando se acabó se quedaron desocupados y sin posibilidad de volver a sus antiguas casas. “Te engañan. Te dicen que te van a dar trabajo, y bajas; pero luego bajas, y no tienes trabajo. Y ya no puedes volver porque te han tumbado la casa. Eso es lo que están haciendo”, dice este vecino de Morococha Antigua, quien se mantiene firme a la vista de la experiencia de otros compañeros.

Imagen de Morococha Antigua, donde las casas se van derrumbando a medida que sus familias se mudan a Nueva Morococha [FOTO: Daniel Méndez]

El apoyo del gobierno peruano a las empresas mineras chinas

Frente al derrumbe paulatino del pueblo, los morocochanos se quejan de que las autoridades siempre se han puesto de parte de la empresa. Esto fue así en septiembre de 2013, cuando el gobierno declaró el estado de emergencia en la región (la primera vez en la historia) e instó a las instituciones públicas a “ejecutar acciones” para la “inmediata reubicación temporal de la población”.

También fue así cuando el Ministerio de Energía y Minas, a pesar de lo que decía el Estudio de Impacto Medioambiental (que dejaba claro que por “razones de salud y seguridad” se tiene que “reasentar a la población antes de iniciar las operaciones”) le dio permiso a Chinalco para comenzar a explotar la mina a finales de 2013, cuando centenares de familias todavía vivían en Morococha Antigua. “La prioridad del gobierno central no es atender a la población. Eso se ve como un daño colateral. Su prioridad es darle salida a los proyectos mineros. Que salgan, que salgan y que salgan. Y ya está”, afirma César Reyna en referencia a la importancia económica que la minería tiene en Perú.

Ante la movilización de la población para frenar la reubicación (o al menos ganar algo de tiempo), la policía tampoco ha dudado en utilizar la violencia. En febrero de 2013, cuando estaba planeado el traslado del colegio de segundaria Horacio Zevallos (uno de los eventos más traumáticos para la comunidad) muchos vecinos se agolparon alrededor de las instalaciones para evitar su desaparición. En un ambiente muy tenso y con numerosos enfrentamientos con la policía, ese día nueve personas resultaron heridas. “Cuando bajaron los centros educativos, la municipalidad, el centro de salud… cada vez que lo hacían traían cientos y cientos de policías. Hemos pasado momentos bien difíciles. Inclusive hay señoras y niños que han sido golpeados y arrojados al piso. ¡Tanto hemos pasado!”, se lamenta Máximo Díaz.

Todos estos problemas denunciados por los vecinos (peligro de vida por las explosiones, compensaciones insuficientes, falta de trabajo, un lugar poco seguro para el nuevo pueblo, presiones y chantajes por parte de la empresa, connivencia de las autoridades…) son los que mantienen la lucha en este pueblo rodeado de montañas y minerales. Máximo Díaz es de hecho el presidente del Frente de Defensa de Morococha, una asociación creada a finales de 2012 para defender los intereses de las familias que se niegan a aceptar las condiciones de Chinalco.

Al menos desde enero de 2010, cuando se presentó en Morococha el recién aprobado Estudio de Impacto Ambiental, el pueblo se ha manifestado en múltiples ocasiones para criticar la falta de transparencia y consenso. En un edificio medio derruido y con un tejado de chapa roja, todavía se puede leer uno de los eslóganes que sigue alimentado la resistencia: “Morococha siempre de pie y nunca de rodillas”.

Ante la falta de respuesta por parte de las autoridades, a pocos días de la inauguración de la mina Toromocho, los habitantes recorrieron en diciembre de 2013 los 142 kilómetros que les separan de Lima para protestar en la capital peruana. Allí se manifestaron en la céntrica Plaza San Martín y en las oficinas centrales de Chinalco, pero también, al tratarse de una empresa estatal propiedad del gobierno chino, frente a la embajada de China en Lima.

A pesar de las manifestaciones, los cortes de la carretera general y otras protestas, en Morococha Antigua el ritmo de destrucción continúa imparable. Algunas de las casas que todavía quedan en pie ya han sido marcadas con un número y el logo de Chinalco, el símbolo de su inminente destrucción.

Y es que a pesar de esa lucha de los morocochanos, en un país como Perú, con cientos de proyectos mineros, la historia de este pueblo no ha llamado demasiado la atención de los medios de comunicación. “Se está luchando contra la indiferencia de sectores de la población que consideran que los proyectos mineros son buenos per se”, explica César Reyna. “Es una lucha titánica; se podría decir que una lucha entre David y Goliat”.

Nueva Morococha, una ciudad fantasma

Desde la carretera, Nueva Morococha parece un idílico pueblo diseñado por los estudios de Píxar. Con las montañas nevadas como telón de fondo, las casas están perfectamente alineadas, las carreteras bien señalizadas y las calles impolutas. Las viviendas, con sus tejados de color rojo, paredes blancas y puertas de madera, se extienden a lo largo de amplios espacios verdes, zonas de juegos infantiles y rampas para minusválidos. El orden y la limpieza de Nueva Morococha contrastan con el resto de pueblos de esta zona andina peruana, que crecieron de forma anárquica y donde la pobreza es visible a través de las grietas de las casas.

Además de ser un pueblo moderno construido con escuadra y cartabón, Nueva Morococha también cuenta con todas las instalaciones públicas necesarias: comisaría, escuelas, mercado, centro de atención médica y ayuntamiento. La localidad está atravesada por un pequeño río y en las calles aledañas han abierto todo tipo de negocios privados, desde farmacias y hostales, hasta bancos, peluquerías, tiendas de DVDs, restaurantes y fotocopiadoras. Todo es tan perfecto que Nueva Morococha parece fuera de lugar. Algo así como el decorado de la película El show de Truman. En cualquier momento parece posible que se caiga un foco de iluminación y se pueda romper el decorado.

A pesar de la apariencia idílica de este pueblo surgido de la nada, Armando de la Cruz no está contento. Este hombre de 45 años y mirada triste se mudó a la localidad construida por Chinalco en octubre de 2014. La empresa le dio 200 soles de compensación (60 dólares) y una pequeña casa donde vive con su mujer y sus tres hijos. Para él, sin embargo, el problema no está en la calidad de la vivienda o en las infraestructuras, sino en la falta de oportunidades laborales. “Mi primera reacción cuando escuché el proyecto de Chinalco fue: ´pues que lo hagan´. ´Y que sea para mejorar nuestra situación económica´. Pero realmente aquí no está sucediendo, y eso es lo que a uno le duele”, explica sentado en la humilde cocina de su casa, donde apenas hay una mesa, dos estanterías y un fregadero.

La historia de este morocochano es compartida por muchos otros vecinos de los que hoy viven en la nueva localidad. Después de trabajar durante varios años para la minera Austria Duvaz, Armando de la Cruz, que había llegado a Morococha Antigua con 18 años, decidió montar un pequeño negocio de moto-taxis. La idea le salió bien porque la localidad estaba dividida en dos partes, había muchos mineros que vivían en el pueblo y la gente necesitaba moverse de un sitio a otro. En un buen mes, Armando de la Cruz podía ganar 1.700 soles (503 dólares).

Pero su negocio se ha desmoronado en Nueva Morococha. El pueblo es ahora mucho más compacto, los mineros ya no viven en la localidad y resulta que nadie necesita de esta rápida y sencilla forma de transporte. Una de las escenas más repetidas por las calles de Nueva Morococha son las moto-taxis abandonadas y cubiertas de polvo.

Según el ayuntamiento, hay 90 personas que se dedicaban a este negocio y que se encuentran en la misma situación que Armando de la Cruz, quien ahora intenta sobrevivir fabricando sencillos muebles. “Yo antes trabajaba y llegaba a ganar 80 soles al día (23 dólares). Pero eso ya no lo gano aquí”.

Nueva Morococha, la nueva ciudad construida por Chinalco. [FOTO: Daniel Méndez]

Nueva Morococha, para muchos vecinos una ciudad fantasma. [FOTO: Daniel Méndez]

Nueva Morococha y Chinalco: la falta de oportunidades económicas

Algo similar le ha pasado a Pilar Artica, la dueña de uno de los restaurantes de Nueva Morococha. Esta campechana mujer de mediana edad y sin pelos en la lengua se levanta a las seis de la mañana para comenzar a preparar los desayunos. Su sencillo local, sin embargo, no es precisamente un negocio en ebullición: si en Antigua Morococha servía todos los días 300 desayunos, en la actualidad apenas llega a los 40. “Ha habido mucha explotación por parte de Chinalco. De todo lo que han prometido, no han hecho nada. Esto se está quedando en un pueblo fantasma”, dice Pilar Artica mientras sale un momento de su restaurante a la búsqueda de esos clientes que nunca aparecen.

Personas como Armando de la Cruz y Pilar Artica tienen el mismo problema: Nueva Morococha es muy bonito y las infraestructuras son fantásticas, pero no tienen cómo ganarse la vida. En la antigua localidad, los campamentos mineros de empresas como Argentum y Austria Duvaz estaban en el propio pueblo, lo que generaba una intensa actividad económica dentro de la localidad. Los mineros tenían buenos sueldos y los gastaban en Morococha Antigua. Con la llegada de Chinalco, todas estas empresas han construido sus campamenos en otros lugares, dejando sin clientes a los pequeños comerciantes de Nueva Morococha. “Actualmente no hay una actividad económica sustentable. Los negocios prósperos son contados con los dedos de la mano”, explica César Reyna mientras me enseña el mercado, donde apenas hay dos o tres puestos de frutas y verduras.

La solución a este problema estaba incluida en el Estudio de Impacto Ambiental presentado por Chinalco y aprobado por el Ministerio de Energía y Minas. En él, la empresa se comprometía a “ubicar el campamento de operaciones en la misma área donde se ubicará la ciudad, de modo que los trabajadores puedan generar un consumo de bienes y servicios que ayude a dinamizar la economía local”. La idea era que la mayoría de los trabajadores de Chinalco, que cuentan con generosos sueldos, vivieran en Nueva Morococha para hacer la localidad viable económicamente. Aunque Chinalco defiende que ha cumplido su compromiso, la realidad es que el campamento de operaciones está en Tunshuruco, a unos 23 kilómetros de distancia.

La mayoría de empleados de Chinalco ni siquiera conoce Nueva Morococha. Las medidas de seguridad en los campamentos modernos son muy estrictas, lo que hace farragoso para los trabajadores visitar los pueblos cercanos (especialmente cuando lo tienen todo allí). Graciela, una mujer de 58 años que se acaba de mudar a la nueva localidad, explica muy bien la sensación de los morocochanos: “Chinalco tiene a su gente encerrada allí arriba [en Tunshuruco]. En cuanto salen del trabajo, ¡fum!, se van para Lima o para Huancayo. Aquí no beneficia a nadie”.

Chinalco en Morococha: sin trabajo para los locales

La falta de actividad económica ha convertido a Nueva Morococha en un pueblo que funciona a medio gas. Según las cifras del ayuntamiento, de las más de 5.000 personas que vivían en la antigua localidad, unas 4.000 se mudaron a Nueva Morococha; de ellas, en mayo de 2015 quedaban cerca de 3.000. Aunque algunos restaurantes y hoteles sí que obtienen beneficios de los trabajadores de las empresas subcontratadas, muchas de las casas están todavía vacías y otras tienen en sus ventanas carteles de “se vende” o “se alquila”. “Aquí no hay negocio, no hay nada. Silencio. En algunas casas vive gente, en otras no”, dice Graciela mientras se apura para tomar el autobús y poner tierra de por medio.

Manuel (nombre ficticio) es de los que está a tiempo parcial en Nueva Morococha. Este hombre en la cincuentena fue uno de los primeros en bajarse al pueblo construido por Chinalco. La empresa no sólo le dio una vivienda para él, su mujer y sus tres hijos, sino también una compensación de 8.000 soles (2.370 dólares). A pesar de todas las expectativas levantadas, Manuel, quien siempre había trabajado en la minería, tampoco consiguió trabajo en Chinalco. “Chinalco debería ser un poquito más flexible y darnos trabajo a todos. Si somos de aquí, si somos del pueblo, que nos dé trabajo”, afirma sentado en uno de los bancos de la plaza central de Nueva Morococha, donde una iglesia de colores claros le da un toque de humanidad al pueblo.

Situaciones como la de Manuel muestran lo complicado que es para los modernos proyectos mineros de Perú afectar de forma positiva a las comunidades locales. Explotaciones como la de Toromocho utilizan maquinaria moderna y necesitan de empleados con formación específica, lo que hace complicado que los humildes morocochanos, con poca formación, puedan entrar a trabajar en la empresa (excepto en servicios de limpieza y transporte).

Al mismo tiempo, los insumos que necesita una compañía minera de estas dimensiones suelen ser complejos y sofisticados, lo que dificulta que los pequeños talleres de Morococha Antigua puedan convertirse en proveedores. Todo esto hace que las enormes expectativas generadas entre la población no puedan cumplirse y que los trabajadores de Chinalco, en vez de salir de Morococha, vengan de Lima, acentuando las históricas tensiones sociales entre las élites de la capital y el resto del país.

Los esfuerzos de Chinalco por construir un pueblo de ensueño han chocado con esta realidad. Nueva Morococha cuenta ahora con dos escuelas (una de primaria y otra de secundaria) que tienen modernas pistas de deporte y pizarras electrónicas en las aulas. Hay pocos pueblos peruanos que puedan presumir de infraestructuras de esta calidad. Al entrar en la escuela, a uno le parece haber cruzado la frontera hacia un país próspero y desarrollado. Los niños se mueven por los pasillos con uniformes de color azul y practican voleyball en el moderno patio central. Todo parece perfecto, hasta que un padre que acude a recoger a su hija explica lo que piensa sobre Nueva Morococha. “En la educación sí estamos contentos… pero, ¿de qué nos sirve si no hay trabajo? ¿Si no hay negocio? ¿De qué nos sirve la educación si no hay futuro?”.

Los modernos centros educativos construido en Nueva Morococha por la empresa minera Chinalco. [FOTO: Daniel Méndez]


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Daniel Méndez
Daniel Méndez es el autor del libro "136: el plan de China en América Latina", publicado en 2019 y que explica en profundidad las crecientes relaciones políticas y económicas entre el gigante asiático y el continente americano. En 2010 creó la página web ZaiChina. Es Licenciado en Periodismo y Estudios de Asia Oriental. Colaboró desde Pekín con varios medios de comunicación (entre ellos El Confidencial, Radio Francia Internacional, El Tiempo y EsGlobal) y es el autor del libro "Universitario en China. Así son los futuros líderes del país". [Más artículos de Daniel Méndez]

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