Brasil, China y los BRICS: la defensa de los países emergentes

por | Sep 4, 2019 | América Latina y China, Lo último

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Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina”. Aquí tienes más información sobre este fascinante viaje al nuevo rol de China como superpotencia. En el libro se habla con mucho más detalle de las relaciones políticas y geoestratégicas de Brasil y China.


China, Brasil y los BRICS: ¿mito o realidad?

Durante los siete años que viví en Pekín, me acostumbré a leer casi todos los días artículos sobre la importancia de los BRICS, la cooperación Sur-Sur y la alianza entre los países en vías de desarrollo. Los medios de comunicación oficiales (controlados por el gobierno chino) hablaban con adjetivos tan positivos de estos fenómenos que comencé a tener mis dudas. Al fin y al cabo, los países dentro del BRICS son muy distintos y tienen pocas cosas en común. ¿Realmente podían cambiar el mundo?

Durante mi viaje por regiones como Rio de Janeiro, São Paulo, Brasilia, Bahía o Maranhão, no pude evitar pensar en las enormes diferencias entre Brasil y China. Mientras Brasil bebe en gran medida de la tradición europea y parece bañado por el colorido de la fiesta, el sol y la música, China es un país de raíces confucianas donde la obsesión nacional es el trabajo. Si el gigante sudamericano es una vibrante democracia multirracial comprometida con los derechos humanos, China es una dictadura de partido único que no reconoce la libertad de expresión. A simple vista, es difícil encontrar naciones más diferentes. ¿Cuál es entonces el pegamento que les une dentro de los BRICS? ¿En qué se basa la sintonía política entre Pekín y Brasilia? ¿Y qué medidas concretas han tomado en los últimos años?

En primer lugar, el matrimonio sino-brasileño se basa en una idea tan sencilla como poderosa: la defensa de los grandes países en desarrollo. Aunque pueda parecer poco, de aquí han surgido iniciativas como la sustitución del G-7 por el G-20 (donde las naciones del Sur ganan protagonismo), la “democratización” del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el respeto por las resoluciones del Consejo de la ONU (con la presencia de Moscú y Pekín) o la menor utilización del dólar en las transacciones internacionales. El fondo detrás de estas cuestiones es el mismo: el actual orden internacional es injusto, los países del Norte tienen demasiado poder y las naciones del Sur tienen que participar de la toma de decisiones globales.

China y Brasil: “democratizando” las relaciones internacionales

El ejemplo más claro de este intento por “democratizar” las instituciones internacionales es la reforma del sistema de votos del FMI. Tradicionalmente, el director de esta institución siempre ha sido elegido por Europa, mientras que Estados Unidos se ha reservado la elección del número uno del Banco Mundial (ambas con sede en Washington). Las cuotas de poder en esta institución se acordaron tras la Segunda Guerra Mundial (aunque ha habido varias actualizaciones desde entonces), lo que ha significado que durante décadas pequeños países como Holanda o Bélgica tuvieran más votos que Brasil.

Ante su creciente desarrollo económico, los BRICS convirtieron la reforma del FMI en su primer caballo de batalla. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (que en 2015 suponían en torno al 22% del PIB mundial) desplegaron toda su artillería diplomática durante años hasta que en 2010 consiguieron una reforma del sistema de votos que otorgaba más poder a los países del Sur. Con su aprobación final cinco años después, China pasó del sexto al tercer puesto, sólo por detrás de Estados Unidos y Japón; Brasil, que estaba en la decimocuarta posición, se sitúa ahora en la novena (el primer país latinoamericano).

Los BRICS han ido más allá y han apostado por crear nuevas instituciones financieras. Desde su punto de vista, las cambios en el FMI fueron lentos y conservadores (Washington, por ejemplo, sigue manteniendo el derecho de veto). Es por eso que en julio de 2014 los cinco países acordaron la creación del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y del Acuerdo de Reservas de Contingencia, dos instrumentos con funciones similares a las del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

El primero cuenta con un capital inicial de 100.000 millones de dólares y busca financiar proyectos en los países en vías de desarrollo, sobre todo en infraestructuras; la segunda institución dispone de la misma cantidad de dinero para acudir al rescate de alguno de los BRICS en caso de una emergencia económica o crisis de deuda. “Con el paso del tiempo, los países del BRICS se han dado cuenta de que no basta con que la situación internacional haya cambiado; aquellos países que tienen el poder no van a abrir la mano sin algún tipo de resistencia”, explica el alto funcionario del ministerio de Exteriores.

Brasil, China y el medioambiente

En segundo lugar, China y Brasil coinciden en su postura sobre el cambio climático. Los dos países defienden reducir emisiones y ceñirse a los acuerdos internacionales, pero bajo la premisa de “responsabilidad común pero diferenciada”. Esto quiere decir que todas las naciones deben reducir sus emisiones de CO2, pero que los países desarrollados deberían hacerlo antes y facilitar fondos y transferencias de tecnología a los países más pobres. “Estados Unidos y Europa emitieron CO2 durante décadas y ahora nos quieren hacer a nosotros reducir las emisiones. Aquí nosotros estamos de acuerdo con China en la ´responsabilidad histórica´ de los países desarrollados”, explica un diplomático que trabajó en la embajada de Brasil en Pekín.

Si bien los temas medioambientales apenas entraban en la agenda internacional hace diez o veinte años, en la actualidad se han convertido en uno de los grandes ejes de la diplomacia mundial. El apoyo brasileño es especialmente importante para China, convertido en el mayor contaminador del planeta y presionado por Occidente para reducir sus emisiones.

Esta postura estuvo muy presente en el Acuerdo de París de 2015, que dio más flexibilidad a las naciones en vías de desarrollo y reconoció “las necesidades específicas y las situaciones especiales de los países menos adelantados en lo que respecta a la financiación y la transferencia de tecnología”. En el texto final del Acuerdo, la expresión “responsabilidades comunes pero diferenciadas” aparece en hasta en cuatro ocasiones.

En tercer lugar, Brasilia y Pekín comparten el respeto por la soberanía nacional, la no interferencia en los asuntos internos de los países, su oposición a las intervenciones militares y su defensa de la legalidad en el Consejo de Seguridad de la ONU. En comparación con Estados Unidos o Europa, China y Brasil son mucho más reacios al uso de las armas y defienden soluciones pacíficas que no violen la soberanía de las naciones. En los últimos años, esto ha implicado una fuerte oposición a la Guerra de Irak, la crítica a la intervención en Libia para derrocar a Gadafi o el bloqueo de resoluciones condenatorias al gobierno sirio de Bashar al-Ásad.

China, Brasil, los BRICS y las críticas a Estados Unidos

En cuarto lugar, en muchos de estos temas hay una crítica velada (en ocasiones directa) a los países desarrollados y en particular a Estados Unidos. En el caso de Brasil, en el coctail de la desconfianza hacia Washington se mezclan conflictos históricos (en especial las intervenciones militares estadounidenses durante la Guerra Fría -incluido el apoyo a la dictadura brasileña en los 60-), el conflicto por las patentes del SIDA durante los 90, la competencia en el sector de la agricultura (sobre todo las subvenciones a los productores estadounidenses) o el reciente espionaje a la expresidente Dilma Rousseff.

Para China, la presencia militar de EE.UU. en Asia, la venta de armas a Taiwán, su amistad estratégica con Japón o los acuerdos nucleares con India son todo ellos ejemplos del interés estadounidense por contener el ascenso del gigante asiático. Esta crítica a la hegemonía de Estados Unidos es otro de los pegamentos de la relación sino-brasileña.

En quinto lugar, y a pesar del carácter reivindicativo de los dos países, todos los diplomáticos chinos y brasileños con los que hablé hicieron hincapié en que no quieren ser potencias “revolucionarias”, sino naciones pragmáticas y reformistas. Los dos se cuidan mucho de dañar sus relaciones económicas con Estados Unidos y Europa e intentan evitar cualquier enfrentamiento frontal con las potencias tradicionales. Brasil y China quieren tener más poder en el orden internacional, pero no buscan el enfrentamiento directo del que han hecho gala Hugo Chávez en Venezuela, Fidel Castro en Cuba o Kim Jong-un en Corea del Norte.

El funcionamiento del Acuerdo de Reservas de Contingencia (CRA, por sus siglas en inglés) ofrece un buen ejemplo. Sus fondos deberían servir para acudir al rescate de uno de los BRICS, pero según sus propios estatutos, el país en cuestión sólo podrá utilizar un 30% del dinero si no cuenta con el beneplácito del FMI. Es decir, que las grandes potencias emergentes dispuestas a cambiar el mundo todavía reconocen la necesidad de contar con un equipo de técnicos y economistas del FMI que pueda evaluar y hacer seguimiento de los fondos entregados. “Esta vinculación formal que hay en el acuerdo mismo del CRA es una indicación concreta de que hay una complementariedad, de que todos hacen parte de un mismo sistema, de que no hay intenciones de reemplazar uno por el otro”, explica el alto diplomático del ministerio de Exteriores.

China y Brasil: el interés compartido de África

En sexto lugar, Brasil y China también comparten un interés poco común entre las grandes potencias: África. El “continente olvidado” ha sido resucitado por las crecientes inversiones chinas en materias primas e infraestructuras, lo que ha aumentado el interés de Pekín en todo lo que acontece en África.

Brasil, por su parte, tiene fuertes vínculos culturales con el continente negro y se muestra orgulloso de ser el segundo país del mundo con más descendientes africanos (sólo por detrás de Estados Unidos). Aunque este doble interés ha llevado a la competencia directa entre empresas chinas y brasileñas, en política internacional se ha convertido en otro punto en común.

Fue precisamente este interés compartido el que facilitó la entrada de Sudáfrica en el club de los BRICS. La “s” del grupo se hizo mayúscula tras el encuentro en 2011 en la ciudad china de Sanya, donde Pekín y Brasilia apostaron por incorporar al país africano. “La entrada de Sudáfrica en los BRICS fue una idea de China, pero ésta fue apoyada por Brasil, que lo veía con buenos ojos. Nosotros también teníamos una buena relación con Sudáfrica… era importante tener una dimensión africana”, explica el alto funcionario del ministerio de Exteriores.

Ni siquiera los diferentes modelos políticos de China y Brasil parecen afectar demasiado a las relaciones bilaterales. Éste era un tema que me interesaba especialmente y por el que pregunté a todos mis interlocutores. Al fin y al cabo, los políticos brasileños son elegidos en las urnas y tienen que enfrentarse a manifestaciones en las calles y preguntas incómodas de los periodistas; los dirigentes chinos, sin embargo, prefieren encarcelar a los defensores de los derechos humanos y nombrar a los directores de los medios de comunicación. ¿No afectaba esto a las relaciones políticas?

“Afecta un poco de sociedad a sociedad, entre universidades, ONGs, etc… Pero de gobierno a gobierno yo creo que no afecta. Debería afectar… pero no afecta”, reconoce Paulo Wrobel. Lo mismo piensa el alto funcionario del ministerio de Exteriores: “En los BRICS predomina una percepción de que importa la democracia en las relaciones internacionales; pero hay un silencio educado sobre la democracia a nivel doméstico, porque obviamente hay respeto a las opciones que cada uno de sus miembros ha hecho respecto de la manera de sus organizaciones políticas domésticas”. Realpolitik en estado puro.

La lista de intereses compartidos podría hacerse mucho más larga si tuviéramos en cuenta cuestiones relacionadas con las transferencias de tecnología por parte de los países del Norte, la flexibilidad en la aplicación de medidas de propiedad intelectual (por ejemplo, en las patentes de los medicamentos), la apuesta por las infraestructuras como palanca de desarrollo económico, los procesos de descolonización pendientes, el derecho de los gobiernos a regular sus economías (con mayor presencia de empresas estatales), la comprensión hacia el régimen cubano o el derecho de Irán a enriquecer uranio para uso civil. A pesar de sus diferencias, Brasil y China coinciden en gran medida en todos estos temas.

Conviene apuntar que, a pesar del supuesto contenido ideológico en torno a los BRICS, las buenas relaciones sino-brasileñas responden sobre todo a la confluencia de sus intereses nacionales en la esfera internacional. Si para Brasil los BRICS suponen su mayor escaparate y reafirmación en el mundo, para China son la mejor forma de “esconderse” dentro de los países en vías de desarrollo. Pekín quiere evitar ser visto como una nueva y arrogante potencia internacional, por lo que le resulta más fácil ganar poder político y económico a través de su “solidaridad” con los países del Sur. Y Brasil encaja perfectamente en la estrategia.

China y Brasil: tensiones políticas y económicas

Aunque las buenas relaciones políticas son la tónica general (así lo reconocen investigadores independientes y diplomáticos chinos y brasileños), también hay ámbitos en los que sus intereses divergen. Uno de los ejemplos más claros tiene que ver con la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Mientras que Brasil aspira a convertirse en miembro permanente del Consejo (y para ello se ha unido a Alemania, India y Japón en el llamado G4), China no apoya este modelo porque facilitaría la entrada de Tokio, con quien mantiene una fuerte rivalidad histórica y una creciente competencia económica. “Cuando yo llegué aquí como embajador en 2006, hablé con el ministro brasileño de Asuntos Exteriores, Antonio Patriota, que es amigo mío. Y le dije: ´ustedes se están uniendo con Japón, y para nosotros es muy difícil´”, explica Chen Duqing. De esta forma, Pekín se ha convertido en un obstáculo (ni mucho menos el único) para la entrada de Brasil en el Consejo de la ONU.

El otro ámbito en el que surgen tensiones es económico. Aunque en menor medida que México (Brasil tiene mucho más margen de maniobra para aprobar medidas arancelarias y no arancelarias frente a las importaciones chinas y proteger a su industria nacional), el gigante sudamericano también se ha visto afectado por el made in China.

En 2004, Lula da Silva prometió reconocer a China como economía de mercado, pero, ante el riesgo de hundir a la industria brasileña, la decisión oficial nunca se tomó[ Los investigadores Carlos Pereira y João Augusto de Castro Neves explican que, de forma implícita, el reconocimiento de China como economía de mercado estaba ligado al apoyo del gigante asiático a la incorporación de Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU. Cuando falló esta última parte, Brasilia decidió retrasar el reconocimiento de economía de mercado.

Todavía hoy, en torno al 75% de las exportaciones brasileñas a China son materias primas (mineral de hierro, grano de soja y petróleo), lo que genera tensiones en el gigante sudamericano ante el riesgo de primarización de su economía. Brasil se enfrenta cada vez más a una relación económica que parece avanzar (a pesar de la retórica) hacia el modelo Norte / Sur, donde China vende productos manufacturados en el mercado interno, compite con la industria brasileña en otros países (incluso en el Mercosur) e invierte en materias primas. Muchos de los intereses compartidos en las relaciones internacionales desaparecen cuando se mira a la economía nacional.

A pesar de estas profundas diferencias y del malestar de una parte del empresariado brasileño, la impresión que me llevé de Brasil es que los dos gobiernos están empeñados en superar los conflictos económicos y centrarse en los temas que les unen. Tal vez, después de todo, la retórica en torno a los BRICS y la cooperación Sur-Sur fuera cierta.

Para intentar medir con algo más que palabras la sintonía sino-brasileña, decidí echar un vistazo a las resoluciones aprobadas en los últimos años en la Asamblea General de la ONU. Esta institución está considerada como una de las más democráticas del mundo (los votos de todos los países valen lo mismo) y cada año somete a votación resoluciones sobre los principales temas de interés global.

Entre 2008 y 2014, en las más de 400 votaciones emitidas por Brasil, China había coincidido en el 84,4%. El porcentaje era todavía superior al de India (81,3%) o Rusia (67,4%). Pero la cifra realmente significativa aparece cuando se compara con Estados Unidos: la primera potencia mundial sólo había coincidido con Brasil en el 13,4% de los votos. Los números parecen confirmar lo que los diplomáticos chinos expresan con orgullo: que en el ámbito internacional, Brasilia y Pekín tienen muchas más cosas en común de lo que parece a primera vista.


Nota: este artículo forma parte del libro “136: el plan de China en América Latina”. Aquí tienes más información sobre este fascinante viaje al nuevo rol de China como superpotencia. En el libro se habla con mucho más detalle de las relaciones políticas y geoestratégicas de Brasil y China.

Daniel Méndez
Daniel Méndez es el autor del libro "136: el plan de China en América Latina", publicado en 2019 y que explica en profundidad las crecientes relaciones políticas y económicas entre el gigante asiático y el continente americano. En 2010 creó la página web ZaiChina. Es Licenciado en Periodismo y Estudios de Asia Oriental. Colaboró desde Pekín con varios medios de comunicación (entre ellos El Confidencial, Radio Francia Internacional, El Tiempo y EsGlobal) y es el autor del libro "Universitario en China. Así son los futuros líderes del país". [Más artículos de Daniel Méndez]

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